Hace poco, una nota en el influente diario The Washington Post se preguntaba: ¿cómo es posible que el presidente Trump -aún en medio de numerosas acusaciones de comportamiento inmoral, incluyendo engañar a su esposa con una actriz porno a pocos días del nacimiento de su hijo- siga gozando de altos niveles de aprobación entre los cristianos evangélicos de Estados Unidos?[1]
Aunque un poco sesgada, la pregunta es muy interesante porque su respuesta apunta a uno de los pilares de la libertad religiosa: la separación de Iglesia y Estado. O, dicho de otro modo, a la adecuada relación entre la religión y la política.
¿Por qué muchos cristianos apoyan a Trump?
Aparentemente, muchos seguidores cristianos del presidente Trump (particularmente del sector evangélico) lo apoyan, no tanto porque se comporte de acuerdo a los valores cristianos, sino porque promete defender la existencia de una “nación cristiana”. Esto es una especie de frase en código para asegurar que ciertos líderes religiosos tendrán un espacio en la Casa Blanca para definir (o, al menos, influir) en cuestiones de gobierno, especialmente las relacionadas con la moral pública. En síntesis, es la promesa de abrir una brecha en el muro que en Estados Unidos mantiene separados a los poderes políticos y religiosos.
Ya durante la campaña presidencial el Sr. Trump lo había anticipado: “[Q]uisiera agradecer a la comunidad evangelica que ha sido tan buena conmigo y me ha apoyado tanto. Ustedes tienen mucho para contribuir a nuestra política, y sin embargo nuestras leyes les impiden decir lo que piensan desde sus propios púlpitos. […] Yo voy a trabajar muy fuerte para derogar esas palabras…”.[2]
La ley a la que se refería se conoce como la “enmienda Johnson”, y sanciona con el retiro de las exenciones impositivas a las iglesias que apoyen (o ataquen) oficialmente a los candidatos durante una elección. Esta norma ha sido combatida durante muchos años por quienes reniegan de la separación de Iglesia y Estado; típicamente, por los sectores más conservadores de la derecha religiosa. Ahora, Trump les ha prometido públicamente “destruir” esa restricción.[3]
¿Hay un ataque a la libertad religiosa? Es curioso que, aunque la retórica del presidente Trump apunta a una “persecución religiosa” que impide a las iglesias dar su opinión en materia política, lo cierto es que el IRS (la agencia impositiva estadounidense) no aplica regularmente sanciones por violación de la enmienda Johnson. A decir verdad, la norma no prohíbe a las personas predicar -dentro o fuera de las iglesias- sobre cualquier tema, ya sea moral, social o político. Es más, los líderes religiosos pueden participar en las campañas políticas, siempre que lo hagan a título personal. Lo que la ley sí impide es la utilización de los recursos de las iglesias -que están exentos de impuestos- para hacer campañas electorales.[4] En última instancia, si una iglesia siente la imperiosa necesidad de apoyar a determinado partido o candidato puede hacerlo, siempre que renuncie a sus exenciones impositivas.
Esta normativa protege la integridad y transparencia del sistema impositivo y del sistema de financiamiento de los partidos políticos (un tema al que en EE.UU. se le da gran importancia).[5] La enmienda Johnson ha servido además para proteger a las propias comunidades de fe de un innecesario y siempre nocivo enredo de la religión con la política partidaria.
Separación: bueno para el Estado, bueno para las iglesias Conocer lo que ocurre en Estados Unidos puede servirnos para analizar los procesos que están teniendo lugar en América Latina, donde a lo largo de toda la región surgen movimientos para impulsar candidatos políticos desde los púlpitos de las iglesias. Con un agravante: en ninguno de nuestros países la separación Iglesia-Estado tiene una tradición histórica tan asentada, una jurisprudencia tan rica, o una inserción social tan amplia como en Estados Unidos. Esa separación es una condición necesaria (aunque, vale aclararlo, no suficiente) para que todas las personas puedan disfrutar por igual del derecho de libertad religiosa.
La historia muestra que no inmiscuirse en campañas electorales ha resultado una medida de protección para las propias iglesias, que se han mantenido alejadas del oscuro juego político de prometer apoyo a los candidatos a cambio de ayuda gubernamental en caso de triunfo. La restricción también ha servido para evitar que las divisiones políticas se trasladen al interior de las iglesias, lo que en sociedades tan divididas como las nuestras resultaría un problema no menor.
Por supuesto, el no apoyar candidaturas o partidos políticos desde el púlpito no significa que las iglesias no se comprometan con la realidad social, o dejen de formar opinión y defender su posición sobre los temas que importan en la sociedad. En última instancia, la política es -o debería ser- mucho más que candidatos, partidos y elecciones.
[1] https://www.washingtonpost.com/news/monkey-cage/wp/2018/03/26/despite-porn-stars-and-playboy-models-white-evangelicals-arent-rejecting-trump-this-is-why/?noredirect=on&utm_term=.414be22a7151
[2] https://www.politico.com/story/2016/07/full-transcript-donald-trump-nomination-acceptance-speech-at-rnc-225974
[3] https://elpais.com/internacional/2017/02/02/estados_unidos/1486068222_096739.html
[4] Una explicación un poco más detallada del origen y funcionamiento de la enmienda Johnson, en esta entrada de nuestro blog: https://www.cedyr.org/single-post/2016/07/26/Donald-Trump-y-la-pol%C3%ADtica-desde-el-p%C3%BAlpito
[5] http://bjconline.org/in-political-season-prohibition-on-church-electioneering-under-fire-071816/
[Publicado originalmente en el portal de noticias de la División Sudamericana de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, https://noticias.adventistas.org]