Hace algunas semanas nos sorprendió la noticia de que un autobús (un colectivo, como decimos los argentinos) circulaba por las calles de Madrid con esta frase impresa: “Los niños tiene pene. Las niñas tienen vulva. Que no te engañen. Si naces hombre, eres hombre. Si naces mujer, seguirás siéndolo”.
El hecho generó una catarata de reacciones, mayormente de repudio, unas pocas de apoyo. De inmediato se recibieron denuncias y las autoridades decidieron paralizarlo hasta estudiar la situación. Sin embargo, el autobús continuó su marcha por distintas ciudades de España y del mundo. En cada caso, generando fuertes reacciones, denuncias e intentos (a veces efectivos) de detención por parte de las diversas autoridades locales. Aunque las denuncias apuntaban a la “incitación al odio y la violencia”, las paralizaciones ordenadas en general se relacionaron con infracciones a código de circulación y publicidad. Daba la sensación que las autoridades tomaban atajos reglamentarios para alcanzar el resultado de impedir que el autobús circule.
Antes de avanzar tengo que dejar claro que no comparto la ideología ni los métodos de Hazte Oír, ni en este ni en otros casos. Esta asociación se define a sí misma como “un canal para proponer en la vida pública la defensa de la vida humana, de la libertad de educación, de la familia y de la libertad religiosa”. Sin embargo, proponen una visión de la libertad religiosa que en otras ocasiones hemos criticado, y que pareciera ser la de “libertad para imponer nuestras ideas a otros”. Una agenda de derecha religiosa, en clave española, con la que poco tengo en común.
Dicho esto, creo que es interesante analizar en concreto, de la forma más desapasionada posible, el caso del autobús. Más allá de que la campaña del autobús tiene un fuerte tufillo a provocación, en rigor la frase parece ser la respuesta a una campaña de Chrysallis, una asociación de familias de menores transexuales, que habían colocado carteles con la leyenda “Hay niñas con pene y niños con vulva. Así de sencillo”.
Algunas preguntas que podemos hacernos: independientemente de nuestra posición sobre el tema, ¿por qué unos pueden expresar públicamente su opinión, mientras otros deben silenciarla? Es evidente que los carteles de Hazte Oír pueden herir la susceptibilidad del colectivo trans, incluidos quienes merecen mayor protección, que son los menores. Sin embargo, ¿existe el derecho a no ser heridos en nuestros sentimientos? ¿Es cierto que el mensaje de Hazte Oír, por acertado o desacertado que sea, “incita al odio y la violencia”?
Creo que no es necesario aclarar que la polémica aquí no puede -no debería- girar en torno a quien tiene razón sobre la cuestión de fondo (es decir, sobre la transexualidad). Mucho más relevante resulta reflexionar sobre la tendencia, que parece no conocer de colores políticos ni de orientaciones ideológicas, a prohibir la opinión del que piensa distinto.
Las personas que militan en grupos como Hazte Oír hacen frecuentemente gala de una intolerancia digna de otros tiempos, uno pensaría. Paradójicamente, la respuesta de quienes tienen una mentalidad más moderna, más acorde a los tiempos que corren, no se distancia demasiado: se responde a la intolerancia con intolerancia. Desde los pedidos de prohibición de circulación, a la lisa y llana agresión física, como ocurrió en New York.
El fondo del problema es que no aceptamos al que piensa distinto, no encontramos el camino para convivir con los que no creen lo que nosotros creemos. Como dice Paco Bello en esta breve y recomendable nota, “Nunca prohibir ha resultado ser mejor idea que debatir y razonar. Y nunca nos hemos arrepentido tanto de haber apoyado una prohibición que cuando más tarde hemos visto censurada la opinión propia.”
Acaso aquello de “no estoy de acuerdo con lo que crees, pero daría la vida para que puedas decirlo” sea lo que primero ha muerto. Como menciona Simón Itunberri en su buen resumen sobre el tema, la paradoja es que la prohibición a Hazte Oír es una solución al estilo de las que normalmente propone Hazte Oír. Conviene recordar que, como escribió Marco Aurelio hace ya mucho tiempo, “el verdadero modo de vengarse de un enemigo es no parecérsele”.